El siglo de las luces (fragmento)
"
Detrás de él, en acongojado diapasón, volvía el Albacea
a su recuento de responsos, crucero, ofrendas, vestuario, blandones, bayetas
y flores, obituario y réquiem -y había venido éste de gran
uniforme, y había llorado aquél, y había dicho el otro que
no éramos nada...- sin que la idea de la muerte acabara de hacerse lúgubre
a bordo de aquella barca que cruzaba la bahía bajo un tórrido sol
de media tarde, cuya luz rebrillaba en todas las olas, encandilando por la espuma
y la burbuja, quemante en descubierto, quemante bajo el toldo, metido en los
ojos, en los poros, intolerable para las manos que buscaban un descanso en las
bordas. Envuelto en sus improvisados lutos que olían a tintas de ayer,
el adolescente miraba la ciudad, extrañamente parecida, a esta hora de
reverberaciones y sombras largas, a un gigantesco lampadario barroco, cuyas cristalerías
verdes, rojas, anaranjadas, colorearan una confusa rocalla de balcones, arcadas,
cimborrios, belvederes y galerías de persianas -siempre erizada de andamios,
maderas aspadas, horcas y cucañas de albañilería, desde
que la fiebre de la construcción se había apoderado de sus habitantes
enriquecidos por la última guerra de Europa. "